jueves, 29 de noviembre de 2007

El mosco y la mosca

Me pegué. Parecía que el planear de esa desdichada era provocarme y aún más que yo mismo me pegara. Así estuve un rato, buscando en el cuarto afortunadamente no muy grande para espantar y sacar a ese insecto. Hubo un momento que la acorralé y estuvimos un buen rato en la entrada de mi hogar, mis brazos empezaron a cansar; extraño, la mosca prefería estar en las alturas y yo le seguía lo que podía. Me pegué, me enojé, le pegué -que cruel, lo sé y en dos ocasiones-, escapó, me cansé, me reí, la ahuyenté... se fue.

sábado, 24 de noviembre de 2007

el tacón y la felpa

Había un tacón que le gustaba verse bien, era la envidia del barrio y taloneaba reteharto y retebien, lastima que era un ingrato. En su caminar diario, por las prisas resbaló y cayó, de puro churro no se rompió sólo se ensució. Afortunadamente, la felpa buen mozo y cariñoso lo vio, y a diferencia de los mirones y burlones éste se apiadó y le ayudó.

El tacón no sabía que hacer, por un momento olvidó quien era y se vio como común, como todos. La
indiferente felpa lo acompaño, lo cuido y después lo abandonó para continuar su actividad no sin antes brindar felicidad. Pasó el tiempo y no se encontraron jamás. Los días, las noches, las estaciones pasaron y sólo hay un recuerdo que no se olvidará.


Me suena a cuento, relato o fábula que quizá había leído, zaz.
No sé.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Hace unas horas te vi.

De regreso al hogar en la bici -tipo turismo según los polis-, con la mochila -pa´ la lap-, los audifonos puestos -del ipod, claro- y mi entidad abrigada -por la sudadera morada de 50 pesitos-, y que a los pocos minutos empezó a brindarme calor en exceso.

Veo, te recuerdo.

Lo curioso es que montado en la bici con melodías de Thievery Corporation -que por cierto hace tiempo no escuchaba- nuevamente empecé a sentir o me di el tiempo de sentir. Ir con calma, sin prisa a pesar de los autos a un lado. Sentía ese aire frio en mi rostro, no era ese ventarrón repentino mas bien era ese afectuoso vientecito. Sentía como me despeinaba y como siempre -tú me conoces- intentaba regresar todo a su lugar -ja-. A pesar de la incomodidad muy mía seguía pedaleando pero lento, quería y disfrutaba de ese airecito fresco, movía mi cabeza con el ritmo de la música y creía ver mi rostro.

Me veo, siento.

Me imaginaba a mi mismo feliz, seguro, bien. Me veía así. Me sentía con paz, por un momento todo era perfecto -¿existe eso?-, estaba relajado después de verte. Estar contigo unos minutos me liberó sin duda. Todo era bonito, ideal. Las pocas personas que en mi trayectoria cruzabamos mirada sonreían, la noche se sentía cálida a pesar del clima incomodo. Yo, veía tipo slowmotion mi camino al hogar. Disfrutaba de esos detalles que están ahí y que pocos perciben o no quieren ver -la sra. vendiendo cigarros, paletas, chicles y demas chunches afuera del antro, los hombres que te deslumbran con su lamparita pa´que te estaciones donde él, los niños esperando a sus compas para ir de fiesta, el niño devorando su tostada con pollo para continuar pidiendo pal chesco, uno y más perros callejeros a un lado de los tacos del asesino esperando que algún despistado deje caer algo, la lámpara de la calle que ya no alumbra, el vato que se estaciona en doble fila, el antro nuevo con el símbolo de amor y paz que da miedo, el anónimo el lugar alternativo al que quiero ir cuando abran-. Sentía el aire en mi rostro, la música en mi, el calor proporcionado por la sudadera, lo cercano de mi hogar, recordaba que te acababa de ver.

Llegué, te veo.

Intenté leer no pude, me acosté en mi lado pegado a la pared, giré y me pegué. Reí, reí, me retorcí de alegría. Te vi a mi lado ¿Recuerdas?